Recuerdo ( y es que cuando ya se lleva más de media vida este verbo es recurrente por derecho propio) por allá a finales de los noventas tuve la oportunidad de leer el libro «El hombre en busca de sentido» de Víctor Frankl, donde el autor cuenta su experiencia como prisionero en algunos campos de concentración -y exterminio- nazis, además de ofrecer los conceptos básicos de la Logoterapia, corriente  psicoterapeutica fundada por él.

La lectura de esta obra me dió la oportunidad de conocer «de primera mano» el sufrimiento extremo a que se vieron sometidos millones de personas por causa de su origen étnico-religioso relatada por este superviviente quien una vez liberado enriquece sus conocimientos sobre el ser humano.

Así, un buen libro, es una historia bien contada que nos introduce a mundos hasta entonces desconocidos ó es como mirar a traves de una ventana cualquier tipo de acontecimiento sin que «arriesgue el pellejo» a lo que allá afuera sucede y que sin embargo me permite experimentar emociones, sentimientos, opiniones ¿y por qué no? aprendizaje.  Es algo así como experimentar el uso de realidades virtuales a traves de la imaginación y las emociones, esta vez son nuestro cuerpo, mente y espiritu los medios utilizados en lugar de aparatos tecnológicos.   

Aprender, es una palabra muy valiosa ya que de de ella depende el crecimiento personal y ¡hasta evitar el Alzheimer! Y las buenas historias podrían conducirnos precisamente al encuentro con el anhelo evolutivo de nuestra humanidad, de ir más allá del punto de partida de donde y cómo nos tocó vivir. Y volviendo al tema hubo una frase de este maravilloso libro que se me grabó, cuando el autor preguntaba a algunos de sus pacientes (que llegaban agobiados y desesperanzados) ¿Por qué no se suicida usted? Esta pregunta que de entrada se escucha cruel para alguien que solicita el auxilio de un Psiquiatra, da indicios de su postura ante el sufrimiento humano.  

 Así, la experiencia del médico de origen judío y de nacionalidad Austríaca, expone los terribles sufrimientos que tuvo que pasar al igual que sus compañeros en los campos de exterminio nazis. Como por ejemplo, de inicio se les quitaban todas sus pertenencias, se les separaban de sus seres queridos, les tatuaban un número y ya jamás se les llamó por sus nombres. Normalmente eran maltratados sin piedad, día con día, vistiendo trajes a rayas sucios y raídos, con zapatos muy gastados ó improvisados. Quienes podían trabajar, eran explotados con largas jornadas y asediados por los guardias de turno que casi siempre se portaban con extrema crueldad, además expuestos a las inclemencias del tiempo. La comida, ¡Ah, la comida!  sopas aguadas y mendrugos de pan. No disponer de agua caliente durante los fríos inviernos alemanes, dormir hacinados en galerones entre malos olores, ser testigo de como muchos de sus compañeros se derrumbaban debido a las condiciones extremas, la incertidumbre de si algún día serán liberados, a la falta de esperanza, a las ganas de dejarse morir.

Y ante todo este infortunio, ¿que nos dice Víctor Frankl?

De verdad pareciera un chiste cruel, pero lo que él descubrió y elaboró a partir de  la conducta propia y de quienes le rodearon en aquel laboratorio habría que decirlo, diabolico, me resultan sorprendentes. Y es que en lo personal  he sido testigo de situaciones adversas en las que llegaba a considerar que estas serian transitorias, como si de una tormenta se tratara en las que bastaría que pasara el tiempo para que todo volviese a la normalidad. Y  aquí cito a Víctor Frankl «…se podría afirmar que buena parte de los prisioneros del campo de concentración creyeron que en esas circunstancias el destino les liberaba de la tarea de la autorrealización cuando en realidad allí se les ofrecía una oportunidad y un desafío. Cada uno podía convertir esa tremenda experiencia en una victoria, transformar su vida en un triunfo interior; o bien, desdeñando el reto, limitarse a vegetar, tal y como lo hicieron la mayoría de los prisioneros». Es duro que nos digan esto a quienes hemos pasado, insisto, por situaciones complicadas ya  que está más a la mano  llegar a creer que las circunstancias son las que mandan y no nuestra capacidad para responder.

Así, cuando por momentos me daba cuenta de que la situación adversa por la que atravesaba no tenía nada de provisional, entonces es que queria desistir, de abandonar la lucha y es que al no tener claro un por qué lo suficientemente fuerte para asirme a la vida, al confundir fantasias con metas realistas que por supuesto nunca se concretaron me embargaba el desaliento, la desesperanza. Y vuelvo al texto del autor «Ya advertimos en páginas anteriores que cualquier intento por restablecer la fortaleza interior de los reclusos, bajo las drámaticas  condiciones de un campo de concentración, debe comenzar por acertar en proponerle una meta futura, un objetivo concreto que dé sentido a su vida. Siempre que se presentaba la menor oportunidad, era preciso infundirles un por qué -un objetivo, una meta- a sus vidas, con el fin de endurecerles para soportar el terrible cómo de su existencia. ¡Pobre del que no percibiera algún sentido en sus vida, alguna meta, alguna intencionalidad y, por tanto, ninguna finalidad para vivirla: ¡ése estaba perdido!

Entonces, he ahí la propuesta fundamental de este autor para buscar y encontrar los motivos para vivir más allá de lo biologico, ¡Es increíble  el potencial que todos poseemos para superar adversidades y ganar terreno a la felicidad! Les invito a leer esta obra del Sr. Víctor Frankl, ojalá esta probadita les anime.

 

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