El cine para las parejas, el cine para las familias, los amigos y hasta para los singles, es una maravilla! Al entrar a la sala, se apagan las luces y quedamos frente a la pantalla que nos contará una historia interesante.

Así fue que el día de ayer sábado elegí mirar una película que en principio no me había llamado la atención y que después en base a la recomendación de una persona que admiro y estimo decidi verla. Ciertamente una cinta que mantuvo mi interés al explorar un tema poco común (al menos en mi historial de cinéfilo) en cintas policiacas, donde un médico de la tercera edad, en plena madurez y lucidez y además con poderes psiquícos, en este caso, de ver hacia el pasado y el futuro cuando toca un objeto ó persona.

El personaje se llama John Clancy (Anthony Hopkins) quien se ha recluido voluntariamente en una casa de campo trás haber perdido a su hija única víctima de leucemia. Sin embargo, y muy a su pesar (como suele pasar cuando alguien en depresión es invitado a salir de si mismo) recibe la visita de un gran amigo que se atreve a pedirle su valiosa colaboración para resolver un caso complejo de un asesino serial que «trabaja» con pulcritud sin dejar pistas. Este investigador del FBI (Jeffrey Dean Morgan) sabe de las cualidades de Mr. Clancy pues en el pasado ya había ayudado a resolver casos difíciles a la corporación.

Los crímenes del asesino serial tienen una característica en común, mata «piadosamente» sin provocar más sufrimiento a sus víctimas. Ya una vez decidido a ayudar a su amigo, el médico vidente se involucra en la investigación, no sin antes ser cuestionado por la compañera de trabajo del investigador (Abie Cornish) quien argumenta que duda de los métodos de Mr. Clancy por no ser cientificos. Pero Mr. Clancy es un hombre con una sólida formación científica que vive (nadie se lo cuenta) una intuición e imaginación que le fué dada en un formato de lujo como el mismo lo afirma.

Pronto descubre que existe un patrón en las víctimas del asesino serial, todas tenían una enfermedad terminal declarada o en gestación. También, nuestro hombre (Anthony Hopkins) descubre que no está frente a un asesino común, no, este asesino es un psíquico quizás mejor que él pues en el proceso se da cuenta que le lleva la delantera.

Esta cinta tiene suspenso, acción (entendida por ejemplo en persecuciones alucinantes de autos y disparos de armas de fuego) que generan tensión en el espectador pero también interés por conocer el desenlace.

La parte culmen de la película sucede cuando ambos psíquicos, criminal y médico, tienen un encuentro «cara a cara» y aprovecha para dar una explicación de una especie de «los motivos del lobo» con lo cual pretende justificar sus crímenes.

El refinado e inteligente asesino (Colin Farrell) es acusado por nuestro médico como quien se atribuye la calidad de Dios sin derecho alguno ya que el sufrimiento en un momento dado, puede ser una experiencia hermosa a la que tiene derecho el paciente terminal.

Así es, el tema de la Eutanasia en escena, ¿Provocar la muerte rápida y con un mínimo de dolor del paciente terminal? ó dejarle vivir hasta que el cuerpo diga ya basta.

En un «cara a cara» de la lucha del cuerpo humano por sobrevivir versus una mente y un espiritu doblegados por dolores insoportables ¿Es lícito intervenir en esa lucha sin piedad para acabar de una vez por todas con el sufrimiento del paciente terminal?

Al final de la historia parece que los buenos ganan, no sin antes sembrar intencionadamente la inquietud con un flahback de nuestro médico presente en los últimos momentos de la vida de su bella hija en el cuarto de hospital donde estaba internada.

Interesante historia que vale el boleto pagado por ella (y por las palomitas) y por ver a un Anthony Hopkins en su excelsa madurez, un consagrado del templo Hollywoodense que nos emociona y regala solaz esparcimiento.

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